Vestido inmaculadamente.
Atrapado permanentemente en ese buque, en aquel impecable uniforme que
encerraba unos recuerdo remotos de una juventud incierta. En aquella
tripulación, conocedora de todos los mares. Aprisionado en esas insignias de
valor, coraje, lealtad y deber.
Eterno esclavo de una pasión, una pasión por descubrir la inmensidad del
mundo, la extensión del horizonte, y observar desvanecer, la línea delgada que
divide el cielo del mar, pareciéndose fundirse.
Saludo severamente, el usual saludo de los marinos, tocando con su mano
derecha, parte de su frente, lanzando al aire aquella señal de respeto, la
ultima señal. Firmemente clavados sus pies en el pastizal, fijo sus ojos en la
lapida, extraño a ella, buscando el momento, ahora extraviado en un lugar
inexistente. Recuerdos colados de tristeza y pequeños rastros de nostalgia, lo
agolparon como el aire gélido en una tarde de invierno, pronuncio;
-John, viejo amigo…se encuentra tan lejano ese instante, que parece que el
tiempo lo hubiese borrado de nuestras vidas…mi vida- corrigió, inadaptado aun
por la situación,- pero vuelvo aquí y recuerdo lo real que es…siento lo real
que es.
Leyó absortamente las palabras inscritas en la lapida, “donde sea que estés
y aunque pase el tiempo, siempre te recordaremos” John Miller 1919-1946
La tenia comprobada que así lo era, y seria durante un largo tiempo. William aquella tarde remota de su triste
visita al cementerio se dio cuenta de algo, él entendía todo; porque el mar era
infinito, porque la vida tan compleja y tan fácil, porque la vida tan cómplice
de la muerte, a pesar de sus contradicciones.
Quizá por su extraña naturaleza, y hasta hace poco entendía los estragos
de la muerte, pero aun después de más de ocho años de la extraña partida de John, no entendió
nunca, el aprecio incondicional, que John se había ganado consigo mismo, a
pesar del tiempo de conocerse, y aun menos sabia, como las extrañas fuerzas de
la naturaleza, obstruyo una gran amistad, que pudo haber funcionado, después
del tiempo, de los cambios, de la vida... y como acabo con ella, enterrándola
junto con Miller…John Miller.
Eso aun no lo entendería.
Se descolgó la insignia que en letras bordadas decía; Misión roja, océano la observo una vez más, y siento al tacto,
como si la hubiese tocado por primera vez, sintió entre sus dedos la sensación
extraña a algo nuevo, a algo ajeno. Se inclino un poco y dejo que la fuerza de
gravedad la hiciera caer, esperando que con ella se hundiera la tierra. Lanzo
sobre ella un puno de tierra, desapareciéndola de vista.
Observo a su alrededor, localizando el punto de salida. Un escalofrió le
recorrió el cuerpo, proveniente de la extraña sensación que transmitía el
fúnebre lugar. Sus lúgubre filas de tristezas desoladas, permanentes en
lapidas, se acomodaban de manera organizada. Entre la soledad de aquel lugar, y
mas allá de sus árboles de hojas secas que dejaban al descubierto el ultimo
otoño, encontró la salida entre la lejanía del deprimente horizonte.
Camino de vuelta a casa, atravesando el aire gélido que se colaba entre los
árboles, y atreves de su cuerpo al transcurrir el tiempo. Entonces entre el escenario físico, de la
muerte, un pensamiento fuera de lugar lo invadió, la cual la recordaba siempre
como una revelación;
<< La muerte nunca se asimila, solo se finge sobrellevar>>
Yacía tiempo que todo se ponía monótono había olvidado el origen del reloj,
y la constancia de las horas, desde que su vida se volvió cotidiana, en los
campos de reclutamiento naval. Se incorporo mentalmente, y siguió caminando.
Mientras sus pies se encontraban vagando por el pastizal, su uniforme
blanco se encontraba salpicado por pequeñas e imprescindibles gotas de lodo,
que se adherían a los pasos agitados. Camino un par de calles, al abandonar el
lugar, hasta dar vuelta a la última manzana y llegar a su casa.
Llego a la pequeña casa, de una sola planta, ventanales amplios, jardín
principal y otras de las más modernas de sus mismos años 40 entrando a la sala
principal, un olor esencia se desprendió, lavanda, el favorito de Isabel. Colgó su sombrero en el perchero, y al
observar más detenidamente, se percato de la ausencia de todos.
“! Ya llegue! “- exclamo en voz alta.
Tiempo después se encontró, rodeado de su familia, su sonriente esposa
Isabel, y su pequeña hija jane. Yacía anos que observaba a la usual escena,
inmaculada, aun no repetida para él, a pesar de las innumerables veces, aun
inmutable y satisfactoria para su conciencia. Sonrió, al ver lo feliz de
siempre. La cena esta lista- dijo Isabel- trayendo sobre si el platón grande de
una combinación apetitosa de alimento. William al escuchar esto, acomodo el
último cubierto de plata en su lugar, el cual hacia juego con el bello mantel
marrón, que fue puesto anteriormente, sobre la ovalada mesa, resaltando la
pulcritud de los utensilios.
Empezaron a disgustar los alimentos, con el mismo ímpetu de solemnidad que
utilizaban; <<la comida es sagrada>> decía la madre de Isabel,
modalidad que ella adopto posteriormente.
A mediados de la comida platicaron acerca de lo sucedido durante el día, quizá William mas
por costumbre que por convicción, sin embargo, en ese momento retomo la
importancia de tal, al escuchar caer la gran pregunta sobre sus hombros y
causarle una breve inestabilidad emocional.
¿Cómo te fue?- pregunto ella, sin mencionar el lugar a donde fue.
Un silencio sobrenatural se formo sobre el ambiente, mientras el hundió sus
pensamientos, aun preso de no hallar una respuesta, se limito a contestar;
Es difícil, pero es bueno ir a “visitarlo”.
Sin duda- aprobó.
Y jane… ¿cómo te fue en el colegio?- pregunto al darse
cuenta de la imprudencia que le parecía a ella misma hablar de esos temas en la
mesa. El olor apetitoso irrumpió en la conversación, al colarse por las fosas
nasales. Al transcurrir el tiempo y la pequeña plática de trivialidades que se
armaba entre las casualidades, cada par de saboreo se extendía formando una
sensación de seseo, terminando así de cenar. Se desmantelo la mesa, se
recogieron los cubiertos, limpiaron los trastos y arrojaron al fregadero, se sentaron juntos a convivir,
desvaneciéndose el tiempo entre una película, recordó, no mucho tiempo después,
las obligaciones en el campo de la reserva naval, se despidió de Isabel con un
beso corto – hacia mucho que ya habían desaparecido aquellos besos de frenesíes,
remplazándolos por unos más dulces, tenues sobre sus labios- le dio un beso en
la frente a jane, tomo su sombrero del perchero y cada uno retomo sus caminos.
Desfalleciente se encontraba, recordando unos recuerdos vagos, de unas
secuencias incoherentes, aun inconsciente sin saber a totalidad el
presente. El viento gélido agolpaba por
la ventana. El deslumbre de un sol inalcanzable se visualizaba por el empanado
cristalero. Todo seguía en orden, cada acción igual, excepto su dolor
incesante, que le hacía recordar que moría sin poder saberlo, solo sintiéndolo
difícilmente entre la rutina, y descubriéndolo a cada respiración agitada que
se formaba con cada malestar. Le daba a su cuerpo una sensación de cansancio y
pesadez.
Escucho girar el picaporte, y un pequeño rechinar que provenía de la
rigidez de la armadura de la puerta, alguien se aproximaba. Intento reunir
fuerzas suficientes para incorporarse y observar asía donde se dirigía la
puerta, sin embargo después de un intento, volvió a retomar su lugar, y espero
a que la silueta se hiciera presente.
Sus pasos hacían eco, el silencio sepulcral de la habitación se había
extinguido, y se remplazo por el vislumbré del semblante familiar de una
persona, que veía tan continuamente, pero que últimamente le causaba una
sensación de extrañez, eran los síntomas de la enfermedad, que parecían más de
vejez.
-Abuelo…- pronuncio una voz dulce.
-Georgina- contesto al escuchar esa voz tan familiar y concurrente en su
vida.
Camino asía la cama, aparco lentamente de una manera imperceptible e un
extremo de ella, intento así, no causar molestias.
-¿Cómo te sientes?- lo dijo mientras lo miraba a los ojos compasivamente,
afligida de una u otra manera por su estado desalentador.
- mejor de lo que podría- esbozo una frágil sonrisa. Ella solo se limito a
sonreír.
-¿Isabel...Como ha estado Isabel? – dijo mientras el recuerdo de aquella
mujer lo agolpaba en la mente. La recordaba aun tal y como la solía ver, pasaba
el tiempo, y los meses de enfermo, pero aun dentro de sus pocas fuerzas, seguía
conservando aquel recuerdo de aquel amor entrañable.
-ella está bien. Mi madre ha estado aquí, todo el tiempo. Apoyándola en
todo tiempo- comprobó, mientras repasaba mentalmente, los recuerdos de aquellas
noches desgastadas, y algunos días de desvivir, por hacerla reavivar. A veces
así llegaba a ser la vida, pensaba jane, algo tiene que morir o dar un poco de sí,
para volverlo a renacer, a veces era así con los hijos, no ignoraba el hecho de
que pudiera ser también en el amor.
-Ahora abuelo, necesito que juntes, todos esos ánimos, y necesito que
vuelvas intentar volver a vivir- .dijo después de remontarse, con una voz
reconfortarte. Lo observo una vez más, con un destello melancólico entre sus
ojos. Lanzando un suspiro de pesadez al aire, el cual parecía más hostil cada
vez. Un silencio reflexivo personal se formo entre ambos, la duda extraña cayó
sobre Georgina preguntándose los extraños designios que tenia la vida, y que
tendría ahora, para su abuelo… eso, no había quien lo supiera. -Prometo que lo hare…-. dijo minutos después.
Una luz de convicción lo ilumino. Creo que…dejo dejarte descansar, - dijo a
pensar que quizá le estuviese exigiendo cosas, que no estaban en sus manos. –
pero, no le menciones a la abuela que estuve aquí, ella insiste en dejarte…descansar.
Salió sigilosamente de aquella habitación, aun presa de las dudas del
porvenir, sin embargo, no podía ya hacer nada ella, como ella había dicho,
nada…estaba en sus manos.
William cerró sus ojos, y sintió el cansancio de su cuerpo desplomarse,
desboronando se en total quietud de aquella soledad. Hundiéndose entre el reino
de los sueños, prefirió dormir a aceptar esa realidad, devastadora aun para sí
mismo. Remontándose a su juventud
recordó que después de haber sido una persona tan persistente y capaz de asumir
cualquier adversidad, paso a ser una sombre de un reflejo extraño, aun incierto
para él, todo aquello, por el simple impedimento de la incertidumbre de no
tener ni idea, de los pocos días de su vida, y así, con el mismo pensamiento se
hundió entre los sueños.
Antes de encontrarse a la deriva de la vida, junto con cientos de marinos
que compartían la misma pasión; conocer la inmensidad del mar, o cumplir aquel
trato de sangre del deber, comenzó todo, desde un principio, desde aquel
momento inerte en su vida, desde aquellas palabras de su padre, en aquel barco
de destino fijo.
-El mar, infinidad exacta que se disuelve en el horizonte.- mencionaba con
una latente convicción y un brillo permanente de fascinación, asía esa
extensión.- hijo mío, nunca lo olvides, el mar, nunca lo podrás olvidar, es el
legado perfecto del mundo, que un día fue mío,- dijo admirando tan espectáculo.
Sin que opusiera resistencia, William lo contemplo, contemplo sus aguas
inmensas, intento visualizar aquel final de la extensión inexacta, pero su vida
no se lo permitió. Al descubrí que no estaba el final en aquellas aguas
impecables, un sentimiento extraño lo envolvió, y se sintió eclipsado por la
vida, y como si fuera por herencia o convicción, el mar lo fue, tan esencial toda su vida, tan
vital en todo su ser.
Esos mismos días, años después, recordaría la infinidad de historias que le
contaban al dormir la amas de llaves, sobre los secretos perpetuos que
albergaban, de las bellas sirenas que atraían a los tripulantes con sus
hipnotízate cantos, en anos antanos, las primeras tripulaciones de valientes
marineros, y tesoros arrojados indiscriminadamente al ser saqueados por la
misma codicia.
Desde esas pequeñas fantasías partía todo. Recordaba aun, que cuando la
nostalgia de la noche lo acompañaba al apagar la luz, y al deber dormirse, aun
despierto se encontraba, remontándose a aquellas historias, preguntándose en su
fuero interno, las cuestiones que tendrían que pasar, para el poder llegar
hasta ahí, y en sus fantasías mas extrañas, sentía el susurrar de las olas
llamándolo para descubrir sus secretos, siempre indispuestos para todos excepto
para él. Una pasión extraña se apodero de él, desde aun muy pequeño, el decía
lo que quería ser, un marino. En sus
vacaciones asistían a las playas más cercanas, y el nadaba más de lo que
Elizabeth, su madre, se lo permitía, y después de tiempo, perdido se encontraba
entre el disturbio de las olas, perdido entre la vista de su madre, pero
siguiendo la misma línea, en el fondo con la misma intensión que no aceptaba;
llegar mas allá. Sin embargo desde esa edad, conocía la corriente fuerte de las
olas, y se dejaba ganar por ella, además de recordar la frase usual de su padre
<<Al mar, hay que tenerle, respeto>>, lo decía aun después de toda
una vida como marino, y no se equivocaba.
Nunca tuvo problemas con el agua, en ninguna de sus proporciones, a nadar
aprendió rápido, algunos dirían autodidácticamente, sin embargo el miedo nunca
estuvo presente, no en aquellas ocasiones.
Mientras la vida pasaba, el fue cambiando, sin embargo seguía aquella
pasión de ahí, ahora diferente, sin la ilusión de descubrir ningún secreto, pero
una fuerte necesidad de pasar tiempo en el agua, seguía ahí, a pesar del
tiempo.
Aquellas fantasías, las recordaría siempre, por el resto de su vida,
mientras algún sentimiento que lo asociara le hiera remontarse en aquellos
tiempos. Desconocía si ese fue el momento cumbre de su vida, cuando su padre le
llevo a conocer el mar en un grado mayor, pero si sabía que sería una de las
cosas que más recordaría, antes de que muriera.
Abrió los ojos, al primer rayo de luz solar que cayó penetrante en su
pupila. Su cuerpo volvió a retomar la pesadez de hacia unas pocas horas, de
apenas hace un sueno. Otra vez volvió
anhelar el dormir, para no morir lentamente, no cociente.
Lentamente busco debajo del espacio reducido, que se encontraba entre la
cama y el suelo, junto su mayor fuerza, y tomo al localizarla con la mirada, la
libreta amarilla de hacía varios días, alcanzo un extremo, la abrió y con la
pluma escribió, y reanudo sus planes de hacer una carta.
Cariño, mío…Isabel.
El tiempo pasa. Últimamente
también mi mente y quisiera poderte decir una cosa, de dejarte en claro, lo mucho que…
Pensó en algunas cosas que últimamente se habían hecho constantes en su
vida, era difícil recopilar toda una vida, y un amor en una simple carta. Pero
era lo único que estaba a su disposición. Puso al lado la libreta y la pluma,
pensó aun mas en las cosas que debía de decirle, las mismas que le dijo,
aquellas que pensó demostrarle y nunca lo hizo, aquellas que algún día tiene
que informarse, para estar seguro de saberse. Solo pensaba en algo
reconfortante que le diera a entender en una simple, quizá no suficiente;
<<estaré bien>>, pero nunca había estudiado letras, y solo en su
juventud y en sus frenesís de amor se le había facilitado escribir cartas. Se
quedaba perplejo al saber que aun a estas alturas, se le evaporaban las
palabras. Volvió a tomarla y escribió continuamente, después del fragmento de
frase.
Te ame. Siempre te recordare
como una bailarina grácil de la música.
Recuerdos fragmentados se colaron en su pensamiento al hacerse presente
“Bailarina gracial”, que gracioso término, y que maravilloso el día en que se
invento. Habían bailado juntos, y encontrado de una u otra manera, en el
tumulto de la gente, ella sobresaliendo aun en este – decía William después- ;
la primera vez que bailaron en armonía,
“When you’re smiling – Louis Armstrong, y después de verle ahí, y pedirle una pieza ,
ella cansada acepto por cortensia, y el después de más de 25 años
de aquella vez, en sus bodas de platas le diría en el brindis <<Si hubiese sabido, que esos ojos fulgurosos eclipsarían la belleza de la vida, nunca los hubiera visto>>.
de aquella vez, en sus bodas de platas le diría en el brindis <<Si hubiese sabido, que esos ojos fulgurosos eclipsarían la belleza de la vida, nunca los hubiera visto>>.
Volvió a incorporarse en el presente
y una silueta femenina abrió la puerta, era Isabel, caminando sigilosamente,
para evitar no despertarlo, sin embargo al verlo recargado sobre la cabecera de
la cama, con la libreta amarilla apoyada en su regazo, pronuncio con una ligera
expresión de asombro;
¡Oh! Estas despierto – le sonrió espontáneamente.
Aparco un espacio a lado del, se sentó con cautela, la usual que se
reflejaba en sus movimientos, y lo contempló con su cabeza ladeada y la misma sonrisa espontanea, la cual
enmarcaba en sus sienes esas arrugas que le hacían últimamente con la vejez ,
cada vez que sonreía.
¿Te sientes mejor?
-Mejor cuando estoy dormido- le sonrió – pero verte a ti, me hace sentir
mejor.
-La pequeña Georgina ha venido, y jane ha estado aquí. Pronto vendrán a
verte. Solo queremos que descanses un poco antes. Le he dicho que muy pronto
que estés mejor, podrás contarle aun que sea uno de tus viajes, siempre le ha
interesado eso..
-Pronto que este mejor- le sonrió frágilmente.
Puso su mano extendida sobre la suya, acariciándola en un sentido
reconfortante. La pasaba dándole a entender que todo estaría bien, como si
fuera simbólico el movimiento en línea horizontal continua que hacía, dándole a
entender que también su vida proseguía, como la línea. Elevándola un poco más sobre el anillo de
casado. Un consuelo reconfortante sintió William, al tacto de esta.
-También Aarón vendrá a verte, solo fue a solucionar un problema con los
escritorios que Jane mando a pedir, pero también pronto vendrá.
-Eso suena agradable, me gustaría verlos a todos- contesto él.
Un momento de complicidad se hizo entre ambos, uno que solo ellos ejercían
juntos, y entendían juntos. Al pasar de los anos, se comunicaban, a veces sin palabras, simplemente se
percataban en los ojos lo que querían decir, quizá hubiese sido por tanto
verlos, pero al pasar de los anos,
sabían lo que a uno le molestaba, y le agradaba, y si es que hubieran
tenido un hijo mas, años más tarde de casados, el lo hubiera entendido, conocía
su brillo especial de felicidad infinita, lo demostró meses después cuando él
estaba en la reserva naval, cuando tuvo su primer eco, y cuando jane se recibió
de abogada.
Regresare pronto- dijo al darse cuenta que solo sería una breve visita,
para dejarlo descansar – cualquier cosa que necesites, la enfermera Harlem,
vendrá, pero ahora es mejor que descanses.- sonrió.
Se alejo sin hacer tanto ruido con sus pasos, y tiempo después una silueta
femenina se disipo por el amplio pasillo. El la extrañaba tanto, supo de eso
mientras ella se marchaba, extrañaba tener la fuerza suficiente para tenerla en
sus brazos, de compartir el mismo pedazo, quizá menos amplio, de colchón, como
lo hizo durante más de 30 anos, y lo hubiera hecho si no fuera por enfermarse,
extrañaba atarearse con los infinitos planes de Isabel, extrañaba compartir la
misma mesa, escuchar su dulce y tranquila respiración mientras dormía,
descubrir en su closet que no había nada que no fuese de Isabel, y acaso varias
camisas suyas, extrañaba la ilusión perfecta de saber que la vida es eterna y
el inmortal, que ella estaría todo el tiempo con él, y con la vejez se harían
uno, reconfrontandose uno al otro, y
después de pensarlo, se pregunto si algún día podría tenerla en sus brazos, si
podría hacerlo sin la incertidumbre de pensar que el mundo se le venía encima.
Isabel camino con sigilo, después de despedirse del, recordando apenas las
diversas circunstancias de hace unos momentos. Necesitaba urgentemente un
tiempo sola, un tiempo libre. Últimamente una sensación de ser intrusa en su
misma casa se hacía presente, se sentía mas estrobo entre el drama, que la
misma señora y dueña de la casa. Hubiera preferido ser todos, excepto ella, la
enfermera Harlem, Aarón, Georgina, cualquiera, puesto que ni siquiera ella
misma podía sobresalir con su mismo dolor.
Y ahora entre esa necesidad se encontraba algo mas, la vejez. La vejez
había llegado sin previo aviso, tan nostálgica y silenciosa como la muerte, tan
cercana cada vez más a ella. Se había
escondido detrás de esas ocupaciones continuas, pero ahora, que no había mucho
que hacer, y ya no tenía la misma fortaleza de hacerlo, sentía como si el reloj
ya no hubiese detenido el tiempo, y hubiera hecho mucho más descoordinadas sus
habilidades.
Lo supo de inmediato en cuento se observo al espejo, tan usual como lo
hacía, y se remonto a la misma vida. Sin embargo esa vez que se observo algo
había cambiado, de otra manera esos ojos fulgurosos se habían extinguido en un
lugar que desconocía, puesto que ese usual brillo también era cosa del
pasado. Lo supo al recordar que hacia 15
0 20 anos que aquella etapa, donde todo parece caluroso y hay cambios
hormonales, habían pasado, la menopausia también había pasado. Lo supo de
inmediato hasta el olor en el aire, el cual parecía menos ligero que el de
antes, también en el closet renovado de vestidos de vivencias como dirían,
anticuadas, hasta en el mismo John lo supo, cuando en sus sienes ese enmarcado
natural de arrugas, se arrugo mas, tanto que parecían que sus parpados se
caían, lentamente tan sigilosa como la vejez.
Doblo a la izquierda, y aun con la sensación de sentirse una intrusa, se re
confrontó en la soledad de su habitación.
Puso el seguro de la puerta. Se sentó en la silla cómoda que tenia al
otro lado de la gran habitación, y entre el silencio, y la soledad dejo salir
todo lo que yacía lento y había ocultado.
Hacía semanas que la incertidumbre la embargaba, un tic tac constante se
había hecho presente desde que el enfermó. Un tic tac, careciente de reloj que
le consumía día a día. Ahora lo único que anhelaba para ella misma, es que él
se mejoraba, sin embargo la medicina repetía lo contrario, los doctores, la
simple naturaleza de lo progresiva que era la vida, sin embargo, la fe seguía
de su lado, como su madre se lo había ensenado <<No pierdas la fe, aunque
la tempestad alumbre>> solía decirle. No pensaba dudar ni un segundo en
que él se podría bien, lo haría el día en que se lo impidiera la vida, el día
que el cerrara sus ojos de avellana para siempre.
Separo las cortinas, de par en par, el cuarto alumbrado se ilumino con el
plexo solar. Una oleada cálida usual se apodero del lugar, y a su mismo tiempo
un aire de introspectiva la agolpo, recordando lo que era antes la habitación
principal. Mientras el ahora tomaba la habitación de huésped como suya, Isabel
se encontraba en la misma de siempre, solo que ahora ella sola la ocupaba.
Puso a tocar el tocadiscos, de hace más de 30 anos, el cual había sido
actualmente restaurado varias veces, y los discos de vinillo, conservados en
total minuciosidad, puesto que yacía tiempo que se dejaron de fabricar. Ahora
todo los accesorios que recordaba de su juventud, había pasado tiempo que
formaron a ser antigüedad. El artefacto
giraba, giraba continuamente, como un reloj de péndulo, tan autónomo, le
encantaba que a pesar de el mismo giro, la música cambiaba.
Edith Piaf- Era el disco que eligió.
Tomo la silla del amplio peinador, le puso cerca del gran ventanal, y dejo
que la tenue oleada del viento, y música cálida, tomaran el sentido de su
conciencia. Hasta llegar a la onceava
canción – que sabía que era casi por sentido- “la vie en rose”, cientos de veces admiraba por sus oídos. “La
vie en rose” le recodaba a una danza completa… un recuerdo que se hacía
presente cada vez que alguien mencionaba “juventud”.
La había escuchado cientos de veces, sin embargo solo una vez fue la
suficiente buena, para enmarcarla para siempre en ese momento, y desde aquel
entonces la vinculaba por instinto. Isabel no era un amante de lo detalloso, y
nunca le había preocupado lo minuciosa, pero algo en ella hizo que esa canción
penetrara junto a esa noche, en la cual William y Isabel, caminaban bajo la
amplia luz de la luna.
Inverosímil. Inverosímil, era lo que todos habían dicho acerca de que
William se pondría bien, solía pensar Isabel, pero quien decidía lo que debía
de pensar, nadie excepto ella. Un poco molesta por la hostil reasignación de
todos, se encontraba, también por los comentarios perspicaces que contenían el
mismo mensaje <<él no se pondría bien>>. Juzgaban conveniente que
ella debería afrontar una realidad, próxima.
Pero ella a tales acusaciones compasivas, pero que dejaban de mencionar
un día como cualquier otro, sin ningún agravio previo contesto;
-Yo quiero dejar de creer, hasta que me encuentre vestida de negro. –
Después de aquella declaración, nadie volvió a mencionar nada-.
El disco giraba y giraba, el aire la envolvió con su presencia y se repentinamente,
se dejo llevar por un sueno implacable.
-¡¿Mama?!- se repetía constantemente Jane, al otro lado del cuarto, en la
sala principal.
Hacia media hora que se había ausentado, para ir a ver a William. Pero en
el cuarto del enfermó, salvo el, no había nadie. Entonces inmediatamente
apareció una segunda opción; su habitación. Se dirigió asía donde se encontraba
y antes de abrir la amplia puerta de madera, escucho una tenue música, al
parecer, proveniente del interior. Sin abrir la puerta se percato de la soledad
que prefería su madre, era inevitable; Un vaso de leche, cada vez que en el día
algo le había hecho reflexionar, una breve melodía, cada vez que necesitaba un
desosiego mayor, y una taza de té verde, cada vez que algo le hacía tan feliz,
para no poder dormir, así lo manejaba, desde que la vio envejecer. Sin irrumpir
en la habitación, soltó la mano dispersada en el aire, evitando tocar con los
nudillos la puerta. Emprendió marcha, de nuevo asía la sala principal.
Llego de nuevo, y se tumbo hundiéndose en el sillón, como hace tiempo no lo
hacía. Tomo el control que se encontraba en el mismo sillón, y empezó a cambiar
rápidamente de canales, dejando solo ver, la programación que se encontraba en
un extremo de la televisión.
-No, no.no-. Repetía cada vez al juzgar lo interesante que sonaban los
títulos.
Al final, observo un titulo que conocía de memoria. Una película peculiar
de su infancia, y revivida por el fuego de la nostalgia, se limito a verla,
durante. Los 50 minutos que le quedaban.
Mientras Intrigada se encontraba, observando la película. Al segundo cuarto
se encontraba William dormido entre profundos sueños, descansando de cualquier
dolor permanente. Últimamente había vivido su vida entre sueños, y el cansancio
desfalleciente se había dominado de su cuerpo.
El tiempo pasaba, y habían pasado 2 meses desde que el doctor dio la
noticia de la enfermedad. Isabel parecía haber sido cubierta por una extraña
capa que la hizo envejecer, Jane preocupada continuamente por la incertidumbre
del porvenir, y entre tantas cosas la familia rolling’s, detenida desde hacía
dos meses, por una ligera palabra, que fácilmente se la pudo haber llevado el
viento “Cáncer”.
Me costó un
poco de valor, JAJAJA (Gracias Barbará)
PD: Disculpen
mi ortografía…
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